Vuelta a los orígenes.

Recuerdo que cuando era pequeña me quedaba sumida en mis pensamientos cada noche antes de dormir. Me preguntaba cómo sería mi vida cuando fuera mayor. ¡Que tonta fui queriendo crecer! Me imaginaba con veintitantos años, guapa, poderosa y sin un problema. ¡Qué estupidez!

Al rato llegaba la mañana y yo me encontraba donde siempre. En mi cama, esperando que mi madre o mi abuela me despertaran y con el único problema en la vida que tener que ir al colegio.

Siempre fui una niña que no me caracterizaba por caer bien. Ni bien ni mal. Simplemente pasaba inadvertida. Y eso me hacía reírme recordando aquellos momentos y a todas las personas que se rieron de mi por ser así. Las personas que me dieron de lado o se rieron de mi por tener unos kilos de más.

El tiempo pasó y decidí que quería marcharme del pueblo, que no podía seguir en un lugar donde no terminaba de encajar. Y así lo hice.

Mis padres me dieron la oportunidad de marcharme a estudiar fuera y así lo hice. Fueron muchos años de grandes esfuerzos. Muchos años de no tener vida social, de no tener tiempo para sentarme a leer o para darme una larga ducha pero por fin tenía el resultado.

Después de una larga trayectoria, conseguí ser Sargento de la Guardia Civil y Jefa de la Policía Judicial.

Y ahora era cuando mi vida se ponía interesante. Después de haber dejado a mi marido hacia un año porque no sentía absolutamente nada por él, llego la mejor noticia que podrían darme: volvía a mi pueblo natal.

Había pedido el traslado porque necesitaba volver a mis raíces y estar cerca de mi familia. Aquellos que lucharon por sus sueños sin tener que moverse del pueblo. El mío se convirtió en volver allí y trabajar en lo mío. Y lo había conseguido.

Tenía 40 años cuando volví. Recuerdo aquel día como uno de los más importantes de mi vida. Con el coche lleno de trastos y el camión de la mudanza justo detrás. Todo lo que había formado parte de mi vida iba allí metido, menos mi marido, claro. Que lo dejé con su madre e intentando rehacer su vida.

Justo cuando entraba en el pueblo recibí una llamada de teléfono. Lo silencié porque vi que que se trataba de trabajo y me había pedido ese primer día libre, aunque sonara mal.

Y fue entonces cuando supe que tenía que haber cogido aquella llamada. La plaza del pueblo estaba acordonada y había un coche patrulla. Seguramente se tratara de Iker Iglesias, mi compañero.

-No puedes estar aquí -dijo de forma autoritaria cuando vio bajarme del coche e intentar acceder al lugar de los hechos.

-Soy Giselle Becker, sargento de la Guardia Civil y Jefa de la Policía Judicial.

Vi cómo se avergonzó de haberme hablado en aquel tono, pero no sabía quién era.

-Disculpa pero no te ponía cara -se excusó.

-¿Qué ha pasado aquí? -pregunté tras ver aquel cuerpo tapado.

-Nos han llamado informándonos que había habido un asesinato y….

Y entonces me agaché y recogí algo que el cadáver tenía en la mano. Una nota.

Aquello se ponía interesante.

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